Amor, oportunidad, utopía y el resto de las vocales
- Cyndi Viscellino Huergo
- 17 sept 2019
- 4 Min. de lectura
Una mañana soleada y cálida que promete primavera.
Una frase aparece por allí:
"La mayor cobardía de un hombre es despertar el amor de una mujer sin tener la intención de amarla."
Parece que la pronunció Bob Marley.
"Uy", me digo.
Mi mente evoca recuerdos.
Mi mente dispara inquisiciones.
Mi mente se siente confusa.
Todo se me presenta nebuloso e inquietante.
En más de una oportunidad me digo y digo que no es posible que otra persona sienta aquello que nosotros queremos que sienta. Aún cuando hubiera cambiado mi telescopio por lo necesario para que aquel compañero de primaria estuviese enamorado de mí, nada me garantizaba que él sintiera por mí lo que yo sentía por él. Recuerdo haber hecho esfuerzos denodados durante años por llamar su atención tal y como quería llamarla, pero fue una ocupación infructuosa. Frustrante. Penosa. Dolorosa.
En un llamado a la solidaridad les pregunto, ¿acaso soy la única que ha vivido un amor no correspondido? Tiendo a imaginar que no. Infinidad de poemas, culebrones televisivos, obras de teatro, novelas y canciones hablan de ello.
Pero parece que dadas ciertas condiciones -como detectar y/o percibir las necesidades y deseos de alguien- ciertas personas logran que otras despierten su amor por ellas. Para tal fin -sí, parece que es un fin- les muestran y/o hacen gala de "tener" aquello que esas personas necesitan, adrede.
Me pregunto si a este tipo de manejo o manipulación se estaría refiriendo Bob Marley...
Por otro lado, otra cosa es estar cerrada al amor, temer al dolor de no ser correspondida y así no poder ver que, frente a mí, hay una persona que sí es alguien que despertaría mi amor por él o ella. No obstante, como no "encaja en el ideal" que yo tengo del amor, ni siquiera me doy la chance de conocerla en profundidad. Ni hablar de "moverla" del lugar en donde, categórica y utópicamente, la he ubicado en mi mente para sentirme segura y resguardada. Y de ahí a perder la oportunidad de vivir una maravillosa historia, hay un solo y efímero paso.
Eso sí que es una verdadera desgracia. Puede que esté dejando pasar el amor por no poder verlo. O intuir que sí es el amor pero el miedo a no ser correspondida me encierre tras amuralladas defensas.
Dando vuelta la posición en esta ecuación, ¿es posible que alguien me ame si me propongo que así sea?
Aquí bifurco los caminos: si estoy dispuesta y disponible a amar y ser amada, si la persona frente a mí es un caso de potencial encuentro enriquecedor para mí, si me animo a transitar los desafíos que implica ir forjando un vínculo, no puedo hacer otra cosa que ofrecer quién soy y esperar, corriendo todos los riesgos que conlleve, a que la otra persona pueda verse a sí misma en una posición similar y tenga ganas de transitar sus propios desafíos y riesgos conmigo.
Esto, al igual que el intercambio de mi telescopio, tampoco garantiza nada. Pero estoy segura que bien vale darme -y darle- la oportunidad.
En este escenario siento que me respeto, me estimo y confío en quién soy, con todo lo que ello implique. Seré feliz si esta persona puede ver esto en mí y si se despierta en ella un interés similar por mi persona. Y si no es así...bueno, no quiere decir que no vaya a doler, pero puedo comprender que esto suceda. Somos seres libres ejerciendo nuestra libertad de elegir. No necesito idealizar a esta persona. Sentiré el mismo respeto, estima y confianza por y en ella que siento por mí (atención que esta analogía no es menor). ¿Cómo no comprenderla? ¿Cómo no empatizar con su modo de estar en el mundo?
El segundo camino de la bifurcación es más oscuro y bien diferente, aunque a veces se muestra camuflado como el primero. Tal vez soy de las personas sobradamente sagaces como para darme cuenta de que alguien está interesado/a en mí, tomarme el tiempo para conocerla lo bastante para saber qué espera de alguien como yo y, si tengo la habilidad, dárselo. Chau empatía. La otra persona, claramente, no me interesa salvo en términos del rédito que yo obtengo de este intercambio. ¿Cuál es mi beneficio? Sentirme amada, deseada, necesitada. Saber que con un simple movimiento de mi mano, la otra persona está a mi merced, haciendo lo que sea que yo le pida para que me demuestre su amor. Intentaré ser única, especial, irremplazable en su vida. La convertiré en alguien dependiente de mí.
No se me ocurre algo más distante del amor que esto. Salir de este modo al mundo sólo alimenta mi ego, invisibilizando a la otra persona. La paradoja es que parece que la veo o esto le hago creer -y mucho- porque estoy dándole lo que necesita. He aquí el despliegue de una relación carente de respeto por el otro, de confianza en el otro, de estima por el otro; una relación asimétrica. Una relación de abuso de poder, que puede -y suele- desembocar en otro tipo de abusos.
Sabemos que lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo.
Será por la palabra "cobarde" que tiendo a pensar que Bob Marley se estaba refiriendo a este tipo de relación.
Verán, desde mi punto de vista, amar, empatizar, revisar los ideales, darse la oportunidad, no quedarnos fijos en la utopía de estar enamorados de una única manera requieren de valentía. Valentía para revisarnos, interpelarnos, ponernos en el lugar el otro, desafiarnos; mostrarnos y entregarnos tal y como somos. Mostrarnos vulnerables.
Si me permiten, me gustaría hacer una versión propia de la frase de Marley:
"El mayor acto de valentía de un hombre* es ofrecerse a despertar el amor de una mujer*, tenga ella* o no la intención de amarlo."
*reemplácese por el género y/o identidad de género que se prefiera
En una mañana soleada y cálida que promete primavera, una frase aparece por allí. Y me ayuda a tomar una de las dos bifurcaciones de un camino.
Elijo ser valiente. Siempre.
Cyndi Viscellino Huergo © 2019 Todos los derechos reservados

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