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Daños colaterales

  • Foto del escritor: Cyndi Viscellino Huergo
    Cyndi Viscellino Huergo
  • 12 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

Reluctante. Anacrónica. Insistente.

Insistente.


Se detiene en esa palabra. Irónica metáfora...


"In-sistente", piensa, "quedarse clavado en la interioridad".

Justo-justo lo contrario a existente.


No ex-istir fue una constante en su vida. Emperatriz de la invisibilidad, se movía sin ser detectada, sin convertirse en una amenaza para nadie. O eso creían.


Hasta aquel día.


Con el mismo sigilo que la caracterizaba, preparó el explosivo. No era uno que pudiera armarse sin pericia; compuesto de múltiples y complejos elementos, el ensamblado debía ser perfecto. Era importante el orden de la ubicación de las piezas en el armado. La cantidad de cada uno de los materiales también era una cuestión fundamental: si quería (y quería, por supuesto) cumplir con el objetivo propuesto, la magnitud de la explosión era crucial.


Se dispuso a amalgamar las piezas hasta la fusión. Disfrutaba con la posibilidad de estar presente al momento que los peritos forenses fueran compilando los pedazos y tratando de determinar de qué estaba compuesto aquel explosivo, sus componentes constitutivos, buscando el detonador el cual, por cierto, estaría oculto en el más inesperado de los lugares.


Se vistió para la ocasión. Armar la bomba le llevó unas pocas horas pero ella sentía que la preparación real para este momento había sido toda su vida. Un dulce sabor a victoria se deslizaba por la comisura de sus labios, curvados en una sonrisa espontánea, impensada.


Se acercó como siempre con su sonrisa amplia. Por supuesto que, esta vez, era bien distinta. Ellos no lo sabían. Ni siquiera habrían de distinguir la sutil diferencia. Todos estaban allí esperándola, relajados, divertidos. La bienvenida fue, como de costumbre, amable y cálida.


Se sentó cerca de su tribu. Chistes, anécdotas, ella solía ser el centro. Otra ironía. Esta vez estaba, sin embargo, más atenta que nunca. Esperaba la señal.


Allí estaba. De repente en aquella mirada, el catalizador.


Su semblante cambió imperceptiblemente. Se levantó, se aproximó a la puerta, dio la media vuelta y arrojó la bomba.


Impertinencia, desestimación, mordacidad, socarronería, burla, sentencias, invalidación, murmuraciones, impiedad, desconfianza, presión, control, manipulación, omnipotencia, soberbia...Ellos, incrédulos, se iban retorciendo en el reconocimiento frontal de los componentes de aquel artefacto fatídico que lanzaba esquirlas directas a sus pechos y frentes. Cual sicaria profesional, fue matando a todos y cada uno de los presentes con sus propios elementos, largamente acumulados en su interioridad.


Observó interminablemente la escena del crimen. Un tendal de muertos, pálidos y con ojos desorbitados habían quedado, yaciendo, mirando en su dirección.


Se giró sobre sus talones, sintiendo el alivio de la descarga. Mientras bajaba las escaleras, su sonrisa se ampliaba hasta el calambre.


Ya en la calle tomó una inspiración profunda.


Boyante. Sincrónica.

Existente.


Cyndi Viscellino Huergo ®Todos los derechos reservados

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