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Entre lavar y romper los platos (Oda a la montaña rusa de cuarentena)

  • Foto del escritor: Cyndi Viscellino Huergo
    Cyndi Viscellino Huergo
  • 9 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

No me puedo quejar. Esta cuarentena inesperada y única en la historia universal (sí, sí, única: todxs todísimxs adentro -salvo lxs que están ahí afuera asistiéndonos en múltiples frentes, claro- y todxs todisimxs en el planeta sabiendo que estamos adentro) me encuentra con mis rutinas más o menos iguales, la posibilidad de estar en pantuflas todo el día y con los dientes verdes de tanto mate. Siempre me gustó estar "guardada" en mi casa; eso sí, cuando salgo, salgo, eh. Así que ya estoy pensando en un periodo de adaptación como en la salita de jardìn de infantes para cuando tenga que retomar mis actividades allá afuera, en el mundo exterior.


Soy "abracera". Por lo tanto, ya no es tan raro que por momentos sienta el impulso de abrazar a la heladera -creo que varios lo hacen aunque no sé si con esta misma connotación- , a la columna del living o incluso a la tortuga. Cuando salga, tendré que advertirle a la primera persona con la que me cruce que tal vez en un acto irracional, me abalance sobre ella y la abrace durante cinco o seis minutos, por lo menos. También, que no se inquiete si me caen lágrimas mientras sonrío amplio y le digo que es el abrazo más significativo de mi vida (perdón familia, amigos, parejas por esta herejía).


Fluctúo entre la alegría y el placer de poder dormir y remolonear una hora más, lo excitante de alterar horarios rutinarios y hacer lo que se me antoja, y la pesadumbre de no poder hacer lo que se me antoja, lo limitante que es tener mis rutinas alteradas y el insomnio que me hace padecer quedarme en la cama. Según el día, mi hogar muta entre mansión y cárcel y de nuevo entre cárcel y mansión con un simple chasquido de dedos. Sí, soy una hechicera celta capaz de transformar la realidad (¿acaso no lo somos todxs? Bueno, tal vez no celtas, pero ¡vamos!) en un instante.


Eso sí: como las mujeres bien sabemos de cambios hormonales que fluctúan nuestro humor (biológicamente, oiga; sin estereotipar), tenemos un entrenamiento de élite en estas lides. Ahora saben cómo se siente que algo que está fuera de nuestro control te tome de un momento a otro, se instale y te mueva todas tus estructuras, lo quieras o no. Así que a partir de esta pandemia, tendríamos que entendernos todxs un poquito más. Al final de cuentas, no somos tan indescifrables: es la Naturaleza corriendo por nuestras venas.


Y cuando corre, corre. En un instante, soy todo risa y tranquilidad, paz y armonía; y al mismo tiempo, siento cómo cierta ansiedad, inquietud, enojo y miedo se filtran por los mismos canales. A veces estoy entre lavar los platos y romperlos. El único motivo por el cual todavía no los rompí es porque el bazar del barrio esta cerrado y no puedo reponerlos. Y no quiero andar comiendo desde la cacerola porque la escena de verme en pantuflas y con una milanesa en la cacerola, además de incómodo, me acerca a la idea de estar en pleno apocalipsis zombi. Claro que en mi imaginación me veo con el glamour de las actrices de esas películas que, si importar el contexto, están siempre divinas.


En fin, estoy escribiendo esto en una de mis noches de desvelo así que no me lleven mucho el apunte. En cuanto me levante, me voy a dar un baño y me voy a poner las zapatillas, para variar un poco. Y así ya estoy lista para subirme a la montaña rusa que puede esperarme hoy. Después de todo, hay un cartelito que dice que se puede subir a partir de una altura de 1,50 mts. ¡Ja! Le gané a este límite por dos centímetros.


Si, Señorxs, no todo es limitación en esta cuarentena, qué tanto.


Cyndi Viscellino Huergo © 2020 Todos los derechos reservados


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