El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.*
- Cyndi Viscellino Huergo
- 24 mar 2020
- 3 Min. de lectura
- "Todas las batallas se pelean en solitario", dice mientras mira calmadamente arder la fogata frente a nosotros.
La noche está estrelladísima. No recuerdo haber visto tantas estrellas en el cielo nocturno. Será por el campo abierto, la ciudad durmiente, la polución en descenso. Será porque nunca vemos mejor las cosas que cuando tememos no volver a verlas.
- "Siempre las batallamos juntos. Nuestros triunfos se debieron a saber que avanzábamos lado a lado", respondo enérgicamente a una reflexión en voz alta que nunca fue pregunta.
Me mira fijo. En el fondo de esa mirada hay una certeza que me estremece. Sé a lo que se refiere. O eso creo. Cada vez que cierro los ojos en medio de esta lucha conjunta, me encuentro también con mis propios monstruos; esos que no cabe la posibilidad de que, como yo, él los vea de frente, los conozca y los mate.
No. En esas batallas estoy sola.
Me levanto a llenar la cantimplora con el agua del arroyo que baja de la montaña. Los destellos plateados de las gotas me recuerdan que la luna también se está llenando prometiendo luz en medio de tanta sombra. Sólo espero que su fulgor sea capaz de atravesar mis párpados cuando los cierre para dormir. Será una larga noche que requiere de todo nuestro descanso para seguir, juntos, por la mañana.
Entretanto, me adentro en una oscuridad densa, cargada de fenómenos informes que están al acecho, queriendo que los mire a los ojos. El descanso no es más que la quietud de mi cuerpo vigilante. Mi mente, sin embargo, no descansará. La luz me es imprescindible.
"Todas las batallas se pelean en solitario". Sus palabras resuenan en mi cabeza. La certeza de la verdad susurrada a gritos, haciendo eco en las profundidades del Averno al que comienzo a descender.

Para mi sorpresa, hallo un cierto placer a medida que penetro mis laberintos descendentes. Empiezo a sentir una fuerza que, demasiado a menudo, olvido que poseo. Una chispa de mi propia historia, venciendo incontables obstáculos, me insufla esperanza. Su propia voz, la de él pronunciando ese apotegma, me recuerda que soy una guerrera. A medida que me acerco para enfrentar a los engendros, caigo en la cuenta de que ellos son mi creación.
Son mi creación.
Súbitamente, comienzo a demorar el paso. Miro atónita al abismo frente a mí. Tal vez no es con mi espada con lo que debo luchar, sino con mi amor. Suena romántico y utópico, lo sé, pero...¿cómo no amar a mis criaturas? ¿Cómo no amarlas?
Envaino la espada a mi espalda. Aflojo el gesto, tiro los hombros hacia atrás, saco pecho.
Abro el corazón y me preparo para un encuentro duro. Sé que comenzarán rugiendo, gritando, amenazando. Sé que comenzará a dolerme el cuello, la nuca, la espalda alta. Sé que se me revolverá el estómago, se oprimirá mi tórax, sentiré que no puedo respirar. Sé que el hormigueo me hará creer que no puedo, que perderé el conocimiento, que ellos -vencen.
Sé que solamente necesito mantenerme firme recordándome que son mis criaturas. Y que no quieren matarme, están desesperadas. Claman por ser vistas, escuchadas, abrazadas. Hace decenios que tienen cosas para decirme. Necesitan que les preste atención, porque ellas conocen esa oscuridad -mi oscuridad- como nadie. Son guías excepcionales de mis laberintos infinitos.
Me espera una larga noche, sin dudas. Si es como pretendo, mañana por la mañana habré tenido la primera de una larga serie de conversaciones con seres mitológicos; con esas informes criaturas que, por monstruosas, se convertirán en las mejores guardianas de mis noches.
"Todas las batallas se pelean en solitario", es verdad.
Pero también puedo elegir qué batallas peleo.
Ésta no será una de ellas.
Cyndi Viscellino Huergo © 2020 Todos los derechos reservados
*Antonio Gramsci, filósofo italiano. (1891-1937)
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